El autor de El club Dumas parece meditar mis últimas palabras. Yo me muerdo el labio, por una parte satisfecho de mi oratoria, de la oratoria de los 140 caracteres que tan pronto impactan como saben que no resistirían un diálogo distendido y habitado por subordinadas. Y, aún así, siento que le he dicho lo que le quería decir. Ni más ni menos.
PÉREZ-REVERTE: (Con timidez, algo parecido a la inseguridad) ¿Sabe que yo he estado en la guerra, joven?
EL MENDA: Cómo para no saberlo. Cada tres frases lo deja claro (Sonrío tratando de no parecer amenazador, acaso consiguiéndolo) Es usted un abuelo Cebolleta.
PR: Un abuelo Cebolleta que le puede medir el criterio a hostias.
EM: Don Arturo, ¿no se da cuenta de que esas rabietas ya no son divertidas? Es a lo que le voy. Usted está pasado de moda, hace gala de unas maneras que ya no eran originales ni cuando Umbral.
PR: No me toque los cojones con Umbral.
EM: No pretendo. Lo que le quiero decir es que usted se ha ganado un nombre exhibiendo, cómo le diría, unos modales decimonónicos combinados con la dialéctica castiza de esos españolazos que, pese a su incultura y a la culpa que supuestamente tienen de todos sus males, tanto admira. Y que es un buen nombre, una buena marca, sí, pero hasta cierto punto.
PR: (Ahora sonríe él, escéptico) ¿Estoy pasado de moda?
EM: (Pretendo sonar dócil, hacerle entender) Don Arturo, usted no puede seguir utilizando el cabreo como una seña de identidad en los tiempos que corren, que se caracterizan precisamente por eso, por el cabreo generalizado. Levantas una piedra y salen doce como usted. Entras en un bar y te encuentras con veinticuatro.
PR: Muy bonito.
EM: ¿Y qué es lo que tienen en común las tertulias de bar? Que en ellas siempre se dice lo mismo. Se repiten. Da igual que se desarrollen en Casa Paco o en la rue Saint-Honoré.
PR: Para despreciar tanto Hombres buenos, guarda usted buena memoria de algunos de sus pasajes. Según veo.
EM: Y de muchos de sus personajes. El abate Bringas, por ejemplo. ¿Se dio cuenta mientras los escribía que todos sus diálogos con el almirante y el bibliotecario son exactamente iguales?
PR: Su leitmotiv es el intercambio de ideas, y Bringas es un revolucionario que coquetea con el fanatismo, con la insurrección siempre en la boca. Por si no se dio cuenta. Que no creo.
EM: Por no hablar de las discusiones entre Pedro Zárate y don Hermes. ¿Cuántas veces tendrá que pedirle este último a su compañero que guarde prudencia al hablar de la Iglesia y de Dios, que por favor respete sus creencias? Don Arturo, yo no veo mal de por sí que repita esquemas o personajes. Como usted dijo antes, todos los escritores hacen lo mismo, y si siguen acogiendo seguimiento y celebridad es porque a sus lectores les gustan.
PR: Supongo que sí. Que les gustan.
EM: Simplemente pido que se relaje un poco con sus bravatas, y que deje de parapetarse en la historia canónica para atacar desde una posición privilegiada, facilona. Ya ha dejado claro, por ejemplo, que el clero no le gusta. Vale. ¿No podría, parafraseándole a usted, echarle más huevos? Escriba una novela sobre la Guerra Civil; se hartaría a vender. O una que transcurra aquí en la actualidad, con la crisis y todo.
PR: El francotirador paciente tiene lugar en la actualidad.
EM: ¿Y quién coño quiere leerse ese libro?
PR: (Carraspea) Bueno, creo que se acabó. Hay muchos lectores que llevan esperando demasiado tiempo a que este diálogo lechuguil finalice. No voy a permitir que esperen más. Abandone la caseta, haga el favor.
EM: Sólo quiero que reflexione, don Arturo. Usted es mi escritor favorito, en serio.
PR: Pues usted es el lector más tocapelotas que he tenido, puedo asegurárselo. Salga de aquí.
EM: Pero, eh... (Titubeo)
PR: Mucho me temo que al final sí voy a tener que partirle los morros.
EM: Usted dijo que me firmaría un ejemplar.
PR: ¿De qué puñetas me habla?
EM: (Temblando, saco el libro de mi mochila) Éste. ¿Podría poner además una dedicatoria cuqui?
PR: ¿Cuqui?
EM: ¿"Con todo mi ánimo para un futuro novelista"?
PR: (Enmudece y sostiene el libro que le tiendo. Se trata de El tango de la Guardia Vieja) ¿Qué es esto?
EM: Adoro esta novela, don Arturo. Me la he leído dos veces y es que... tiene una historia de amor tan hermosa. Y Max Costa. Por favor. ¿Quién no se enamoraría de Max Costa? ¿Usted es un poco como él, no?
PR: Deme el libro, joder (Malhumorado, lo coloca sobre su mesa, al lado de la botellita de agua, y escribe raudo y rudo) "Con todo mi ánimo para... un... futuro novelista... don Arturo". Aquí está. Ahora lárguese.
EM: Créame cuando le diga que ha sido un placer, don Arturo.
PR: No puedo decir lo mismo, pero gracias. Ahora lárguese. Por favor.
EM: (Guardo mi libro y me dispongo a irme. Pero antes...) Eh, ¿don Arturo?
PR: ¿Qué coño quieres?
EM: Su libro El Asedio... mmm... es otro truño importante, ¿lo sabía?
Y ocurre. Arturo Pérez-Reverte ahoga un grito, alguna palabrota que suena a cigarrillo consumido, a arcabuz herrumbroso, a tercio español, y se abalanza sobre mí. Yo no tengo tiempo de entablar resistencia, la gente de la cola le vitorea y hace bien. Y me da de hostias. Como panes. Como lluvia. Una, y otra, y otra. Y otra más. La sangre salpica, baña mi sonrisa de la que caen dientes. Y yo no puedo ser más feliz.
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