sábado, 4 de julio de 2015

"¿Qué ocurre en el futuro, Doc? ¿Nos volvemos gilipollas o algo parecido?"

No recuerdo la primera vez que vi Regreso al futuro. Obviamente. A ver, rebuscando un poco en la memoria y añadiendo una pizca de imaginación podría situarme en un sofá después de comer (en torno a las 16:00, o probablemente justo a esa hora) y viendo La 1. Más concretamente, a efectos de parrilla, acudiría al espacio conocido como "Sesión de Tarde", en el cual no sólo emitirían la filmografía completa de Michael J. Fox (breve pero válida para dar a luz a un negligente y primitivo ídolo), sino también gemas del género de la nostalgia (convertido en género exactamente en el año 2015) como Los gemelos golpean dos veces, ¡Alto!, o mi madre dispara o Corazón de Dragón. ¿Cuántos años tendría? Pues ni puta idea oye. Los suficientes. Los justos para caer enamorado.
   Mi idilio con Regreso al futuro, sin embargo, siempre careció de chispa, de enérgicas acometidas, de ávida necesidad. Ni siquiera las primeras tres veces que la vi sentí en mi ser la pasión, la maravilla spielbergiana, que sí noté sin ambages con otros filmes como La Guerra de las Galaxias, Indiana Jones o, albricias, Parque Jurásico. No era consciente. Nunca lo fui, mientras la veía una y otra vez. Habíamos pasado directamente a la rutinaria convivencia, a la presencia tácitamente tolerada. Regreso al futuro era una acompañante silenciosa, de la cual ni siquiera llegué a tener nunca ganas de memorizar sus diálogos y recitarlos para recreación, o marginación, de los amiguetes. Ni me lo planteaba. Siempre había estado allí. No era nada excepcional.


   Siguiendo con este afán por hacer de la vida un relato coherente y lógico, que me llevara por fuerza al momento presente en el que confirmo que para mí no hay nada como Regreso al futuro (dejemos de lado divisiones entre una u otra parte de la saga, Regreso al futuro es un concepto y como tal será tratado en este loquesea), puede que la llegara a tener un día grabada en un VHS. Pero seguía dando igual. Hacías zapping con todos a tu alrededor durmiendo la siesta, ponías La 1 y allí estaba, y mi familia al completo abría los ojos y sustituía unos sueños por otros. Y la veíais enterita. Con anuncios y toda la pesca. No intercambiábamos palabra alguna en esos breves (qué tiempos) paréntesis, a ninguna mente iluminada por la modernidad se le ocurría echar mano de ese VHS que, joder, está sin anuncios, dejemos de hacer el tonto y pongámoslo. De vez en cuando, eso sí, te permitías una pequeña distracción y depositabas la vista sobre tus padres, y te ponías por enésima vez en la piel de Marty. Y, por enésima vez, molaba que no veas. Cambiabas el monopatín por la bicicleta mierder, la guitarra eléctrica por la flauta dulce, Jennifer por la primera de tu clase a la que le crecieron las tetas (ahora tiene dos churumbeles), Hill Valley por ese pueblecito manchego que, ¿coincidencia?, tampoco aparecía en los mapas. Total, que entre unas cosas y otras no te despegabas del sillón hasta la seis y pico, cuando la peli finalizaba (luego siempre echaban otra peor, no recomendada para 13 años), y la familia se disgregaba y cada uno seguía a lo suyo. El ritual había finalizado, hasta la próxima, que no tarde.
   Es de esperar que como mi familia habrá habido muchas más que pudieran practicar dicho ritual durante poco menos que treinta años; que como yo habrá más chavales que incluso el flujo de la historia les permitiera verla por primera vez en pantalla grande. Estamos de aniversario. Para unos pocos afortunados son treinta años; para mí, la verdad es que he perdido la cuenta, siempre fui una calamidad con las fechas, pero el sentimiento sigue intacto. 


   Decía antes que el año 2015 ha sido el del nacimiento del género cinematográfico conocido como "nostalgia". Dejando de lado las correspondientes consideraciones comerciales (fresco en las retinas el desvergonzado delirio de Jurassic World, avecinándose grisáceo Terminator: Gynesis), de un tiempo a esta parte llevo revalorizando como un jodido carcamal toda mi experiencia televisiva, cinematográfica y musical, y Regreso al futuro ha salido, qué duda cabe, muy bien parada. No tanto por sus logros emocionales (indiscutibles, aun cuando la opinión de un chico que lo flipaba con cada segundo de metraje pudiera difuminar impresiones postreras), como por los endémicos, los que siempre habían estado ahí ocultos y fui desentrañando según la etiqueta "cinéfilo" llegó a mi vida para cambiarlo todo. O casi todo.
   Ya fuera a través de visionados analíticos despojados de cualquier tipo de frialdad, inéditas charlas con colegas que te acompañaban en el sentimiento, o los ojos de una persona que nunca la había visto hasta que acudí con ella a un maratón y dijo algo así como "es la polla" (y qué iba a decir el desgraciao, por otra parte), acabé comprendiendo que Regreso al futuro no era un placer culpable, que no tendría que mencionar su título con la boca chica a la hora de enumerar obras maestras. ¿Qué guión hay más perfecto? ¿Qué actores más carismáticos que Michael J. Fox y Christopher Lloyd? ¿Qué banda sonora más épica que la de Alan Silvestri? Es un hecho. Con el monóculo cinefílitico colocado me di cuenta de todo esto, advertí el asombroso hito que, por ejemplo, era la primera parte en toda su extensión (¿cuándo 116 minutos han parecido tan pocos?, ¿CUÁNDO?); la complejísima y audaz construcción del argumento de la segunda (olé vuestros huevos por ese clímax, OLÉ); o el potencial emotivo de la tercera (la escena en la que Doc le entrega esa fotografía a Marty, por el amor de Dios). De estas últimas, también acabé advirtiendo los errores garrafales de guión (no había suficientes pizarras), y lo espantoso a todas luces de la idea de un Doc enamorado. Pero, amigos, ¿qué más da? 


   Robert Zemeckis, que sólo se convirtió en vuestro director favorito cuando descubristeis que aparte de la saga había dirigido también Tras el corazón verde, ¿Quién engañó a Roger Rabbit?, Forrest Gump y Náufrago, ha dicho estos días que sólo podría haber secuela, remake o reboot una vez él y Bob Gale estuvieran muertos, y el mundo ha respirado aliviado. Ellos, obviamente, son conscientes de lo que han creado, del legado que van a dejar, de la beatificación que pende sobre sus cabezas. 
   Y es que no hay duda. Ni nostalgia ni pollas. Regreso al futuro es una obra maestra, una de las cosas por las que merece la pena haber venido al mundo, un logro humanista, un milagro con sabor a dioses. Si pasaras cada puñetero día de tu vida viendo en bucle la saga no habría sido una mala vida en absoluto. Si hubiera que resumir el cine con sólo tres palabras, sí, deletreadlo, "Regreso", "al", "futuro" sería la elección más documentada y elemental. Si alguien no la hubiera visto (pondré en duda su existencia para mayor tranquilidad espiritual), pues bien, ese alguien sería el ser más desdichado de la humanidad, porque no hay desdicha peor que la inconsciente, y no hay película(s) mejor que Regreso al futuro.
   Y no, efectivamente este post no tiene ni puta gracia. Pero tampoco, creo, anda falto de razón.

No hay comentarios:

Publicar un comentario