domingo, 12 de julio de 2015

Por qué el nuevo vídeo de Star Wars de la Comic Con es mucho mejor que cualquier trailer

"Nada ha cambiado... bueno, todo ha cambiado, pero nada ha cambiado..."



Cuando, durante el rodaje de La amenaza fantasma, George Lucas y los mil y ún asalariados de Industrial Light & Magic se proponían rodar una de las primeras escenas en las que se utilizara un sable láser, se toparon con una dificultad inesperada. El escocés Ewan McGregor, famoso por haber personificado el cinismo y el desapego posadolescentes en la figura de Mark Renton y el marco de Trainspotting, ahora llamado a sustituir los rasgos de sir Alec Guinness, se lo estaba poniendo bastante difícil. No por padecer algún tipo de inmovilidad facial en la estela de Hayden Christensen, o por criticar ciertas ideas polémicas del guión de La amenaza fantasma (aun cuando él, como nadie, tampoco supiera qué carajo era una Federación y qué pintaba en una peli de La Guerra de las Galaxias); qué va. En ese sentido, estaba resultando un trabajador modélico e incansable, siguiendo con entusiasmo cada indicación. De hecho, ahí radicaba el principal problema; el entusiasmo. Demasiado entusiasmo. Cada vez que Ewan sostenía la empuñadura del sable láser, cuya hoja sería insertada en posproducción, y la blandía siguiendo la coreografía que tan concienzudamente había memorizado, ciertos sonidos escapaban de su boca. Wiiing. Wiiing. Sonidos a todas luces innecesarios, pero que el chico simplemente no podía evitar farfullar. Los arbitrarios wiiings, así las cosas, estaban echando a perder las tomas, por registrar el micrófono ciertas pistas intrusivas, y alguno de los responsables ya se temía que iban a tener que recurrir a Liam Neeson para que le dijera cuatro palabritas. George Lucas tomó cartas en el asunto y le acabó afeando el gesto. Ewan sonrió con embarazo, cerró los ojos y asintió con la cabeza. "No volveré a hacerlo, lo siento". Una vez dijeron "Acción", sin embargo, ocurrió exactamente lo mismo. Wiiing. Wiiing. 
   ¿Quién en el ancho mundo podría culpar a Ewan McGregor? Por entonces contaba con algo menos de 27 años, y aquéllos estaban siendo los mejores días de toda su vida. Sencillamente, no se lo podía creer. Estar ahí, con aquel señor barbudo tras las cámaras, con un sable láser en la mano. Haciendo de Ben Kenobi, por el amor de Dios. Ni en sus sueños más mágicos podía haber imaginado tomar parte en algo así. O bueno. Quizá en sus sueños más mágicos sí. Sólo en ellos.



   Hay ciertas ocasiones, sino todas, en las que una anécdota, una historia en apariencia banal, es capaz de resumir toda una era y de ilustrar sobre ciertos aspectos de la naturaleza humana con mayor tino y detalle que un ensayo de ciento ochenta páginas. Porque, ¿qué se puede contar sobre Star Wars que no sepamos ya? ¿Qué nuevas rimbombantes palabras han de emplearse para describir el fenómeno? Ewan McGregor, pidiendo disculpas al equipo con la boca pero desafiando con sus ojos, representaba no a una sino varias generaciones aquel día en ese minimalista set (la pantalla verde era algo con lo que no se sentía del todo cómodo), acaso sabiendo que todos nos comportaríamos de modo semejante de encontrarnos en su lugar. El nuevo vídeo de la Comic Con de San Diego está impregnado en un sentimiento así. De hecho, su banda sonora no es la marcha imperial o aquel arreglo tan espectacular que sonaba cuando Luke y Han se montaban en las torretas del Halcón Milenario para destruir a los Cazas TIE. No. Eso no es más que un símbolo, en consonancia al casco descuajeringado de Darth Vader del segundo trailer o al clima desértico del nuevo planeta que no es Tattoine. La banda sonora del nuevo vídeo de la Comic Con de San Diego es el wiing wiing. 
   Y cada declaración a cámara de esta maravilla audiovisual refrenda esta idea."Ya me puedo morir". "Todos los días voy al trabajo sonriendo". El bueno de Simon Pegg descubriéndonos lo obvio: "Toda mi vida conduce a este momento, estoy en el cielo". Rematando. "Star Wars. Ardería por Star Wars". Tan simple como eso. No es ya sólo cuestión de nostalgia, la palabra que este verano, este siglo, nos golpea incesante y contundente. Es algo más, una sensación que se proyecta hacia adelante, retroalimentada con años y años de excitación interminable a la cual un nuevo foco no devenía necesario, pero tampoco baladí. Y más si cada nueva información que nos llega de El despertar de la Fuerza, limitada hasta lo absurdo (¿por qué sigue existiendo el Imperio?, ¡¿por qué ese sable láser de tan desastrosa ergonomía?!, ¡¡¿por qué C-3PO con ese brazo rojo?!!, ¡¡¿¿POR QUÉ SOLDADOS CLON NEGROS??!!), nos revela que las cosas, sean cuáles sean éstas, se están haciendo bien. Muy bien. De un modo en que ni la intención capitalista subyacente consigue decepcionarnos por lo resultón de su fachada, por lo atinado de sus flashes. ¿Por qué que alguien que no sea Harrison Ford pueda llegar a hacer de Han Solo nos cabrea menos que alguien que no sea Harrison Ford pueda llegar a hacer de Indiana Jones? Muy sencillo. Esta peña, que habla de "una evolución de la tecnología con un pie en el mundo predigital", J.J. Abrams, Lawrence Kasdan, John Williams, Adam Driver, cuenta con nuestra confianza. Porque la Fuerza está, o parece estar, con ellos. Que Chris Miller y Phil Lord (La Lego Película, Infiltrados en clase, Lluvia de albóndigas, Brooklyn Nine Nine) sean los destinados a independizar las aventuras del contrabandista corelliano también influye, obviamente.


   Puede que nos equivoquemos, claro, y que todo acabe siendo un bluff y los corsarios no puedan acabar evitar mostrando su auténtica bandera. Puede que el séptimo episodio sea una puta mierda, que el personaje infográfico de Lupita Nyongo suscite la inquina del respetable y que los protas de la trilogía original luzcan acartonados y ridículos. Puede que El despertar de la Fuerza no sea más que otro Jurassic World. Sin embargo, habrá merecido la pena. Lo cierto es que nadie podrá quitarnos estos meses de ilusión, de emoción, de niñez retornada.Y, ante todo, nadie podrá quitárselos a ellos.
   Ved el nuevo vídeo de la Comic Con de nuevo, comprendedlo, y sentíos dichosos de haber existido durante el año 2015.


sábado, 4 de julio de 2015

"¿Qué ocurre en el futuro, Doc? ¿Nos volvemos gilipollas o algo parecido?"

No recuerdo la primera vez que vi Regreso al futuro. Obviamente. A ver, rebuscando un poco en la memoria y añadiendo una pizca de imaginación podría situarme en un sofá después de comer (en torno a las 16:00, o probablemente justo a esa hora) y viendo La 1. Más concretamente, a efectos de parrilla, acudiría al espacio conocido como "Sesión de Tarde", en el cual no sólo emitirían la filmografía completa de Michael J. Fox (breve pero válida para dar a luz a un negligente y primitivo ídolo), sino también gemas del género de la nostalgia (convertido en género exactamente en el año 2015) como Los gemelos golpean dos veces, ¡Alto!, o mi madre dispara o Corazón de Dragón. ¿Cuántos años tendría? Pues ni puta idea oye. Los suficientes. Los justos para caer enamorado.
   Mi idilio con Regreso al futuro, sin embargo, siempre careció de chispa, de enérgicas acometidas, de ávida necesidad. Ni siquiera las primeras tres veces que la vi sentí en mi ser la pasión, la maravilla spielbergiana, que sí noté sin ambages con otros filmes como La Guerra de las Galaxias, Indiana Jones o, albricias, Parque Jurásico. No era consciente. Nunca lo fui, mientras la veía una y otra vez. Habíamos pasado directamente a la rutinaria convivencia, a la presencia tácitamente tolerada. Regreso al futuro era una acompañante silenciosa, de la cual ni siquiera llegué a tener nunca ganas de memorizar sus diálogos y recitarlos para recreación, o marginación, de los amiguetes. Ni me lo planteaba. Siempre había estado allí. No era nada excepcional.


   Siguiendo con este afán por hacer de la vida un relato coherente y lógico, que me llevara por fuerza al momento presente en el que confirmo que para mí no hay nada como Regreso al futuro (dejemos de lado divisiones entre una u otra parte de la saga, Regreso al futuro es un concepto y como tal será tratado en este loquesea), puede que la llegara a tener un día grabada en un VHS. Pero seguía dando igual. Hacías zapping con todos a tu alrededor durmiendo la siesta, ponías La 1 y allí estaba, y mi familia al completo abría los ojos y sustituía unos sueños por otros. Y la veíais enterita. Con anuncios y toda la pesca. No intercambiábamos palabra alguna en esos breves (qué tiempos) paréntesis, a ninguna mente iluminada por la modernidad se le ocurría echar mano de ese VHS que, joder, está sin anuncios, dejemos de hacer el tonto y pongámoslo. De vez en cuando, eso sí, te permitías una pequeña distracción y depositabas la vista sobre tus padres, y te ponías por enésima vez en la piel de Marty. Y, por enésima vez, molaba que no veas. Cambiabas el monopatín por la bicicleta mierder, la guitarra eléctrica por la flauta dulce, Jennifer por la primera de tu clase a la que le crecieron las tetas (ahora tiene dos churumbeles), Hill Valley por ese pueblecito manchego que, ¿coincidencia?, tampoco aparecía en los mapas. Total, que entre unas cosas y otras no te despegabas del sillón hasta la seis y pico, cuando la peli finalizaba (luego siempre echaban otra peor, no recomendada para 13 años), y la familia se disgregaba y cada uno seguía a lo suyo. El ritual había finalizado, hasta la próxima, que no tarde.
   Es de esperar que como mi familia habrá habido muchas más que pudieran practicar dicho ritual durante poco menos que treinta años; que como yo habrá más chavales que incluso el flujo de la historia les permitiera verla por primera vez en pantalla grande. Estamos de aniversario. Para unos pocos afortunados son treinta años; para mí, la verdad es que he perdido la cuenta, siempre fui una calamidad con las fechas, pero el sentimiento sigue intacto. 


   Decía antes que el año 2015 ha sido el del nacimiento del género cinematográfico conocido como "nostalgia". Dejando de lado las correspondientes consideraciones comerciales (fresco en las retinas el desvergonzado delirio de Jurassic World, avecinándose grisáceo Terminator: Gynesis), de un tiempo a esta parte llevo revalorizando como un jodido carcamal toda mi experiencia televisiva, cinematográfica y musical, y Regreso al futuro ha salido, qué duda cabe, muy bien parada. No tanto por sus logros emocionales (indiscutibles, aun cuando la opinión de un chico que lo flipaba con cada segundo de metraje pudiera difuminar impresiones postreras), como por los endémicos, los que siempre habían estado ahí ocultos y fui desentrañando según la etiqueta "cinéfilo" llegó a mi vida para cambiarlo todo. O casi todo.
   Ya fuera a través de visionados analíticos despojados de cualquier tipo de frialdad, inéditas charlas con colegas que te acompañaban en el sentimiento, o los ojos de una persona que nunca la había visto hasta que acudí con ella a un maratón y dijo algo así como "es la polla" (y qué iba a decir el desgraciao, por otra parte), acabé comprendiendo que Regreso al futuro no era un placer culpable, que no tendría que mencionar su título con la boca chica a la hora de enumerar obras maestras. ¿Qué guión hay más perfecto? ¿Qué actores más carismáticos que Michael J. Fox y Christopher Lloyd? ¿Qué banda sonora más épica que la de Alan Silvestri? Es un hecho. Con el monóculo cinefílitico colocado me di cuenta de todo esto, advertí el asombroso hito que, por ejemplo, era la primera parte en toda su extensión (¿cuándo 116 minutos han parecido tan pocos?, ¿CUÁNDO?); la complejísima y audaz construcción del argumento de la segunda (olé vuestros huevos por ese clímax, OLÉ); o el potencial emotivo de la tercera (la escena en la que Doc le entrega esa fotografía a Marty, por el amor de Dios). De estas últimas, también acabé advirtiendo los errores garrafales de guión (no había suficientes pizarras), y lo espantoso a todas luces de la idea de un Doc enamorado. Pero, amigos, ¿qué más da? 


   Robert Zemeckis, que sólo se convirtió en vuestro director favorito cuando descubristeis que aparte de la saga había dirigido también Tras el corazón verde, ¿Quién engañó a Roger Rabbit?, Forrest Gump y Náufrago, ha dicho estos días que sólo podría haber secuela, remake o reboot una vez él y Bob Gale estuvieran muertos, y el mundo ha respirado aliviado. Ellos, obviamente, son conscientes de lo que han creado, del legado que van a dejar, de la beatificación que pende sobre sus cabezas. 
   Y es que no hay duda. Ni nostalgia ni pollas. Regreso al futuro es una obra maestra, una de las cosas por las que merece la pena haber venido al mundo, un logro humanista, un milagro con sabor a dioses. Si pasaras cada puñetero día de tu vida viendo en bucle la saga no habría sido una mala vida en absoluto. Si hubiera que resumir el cine con sólo tres palabras, sí, deletreadlo, "Regreso", "al", "futuro" sería la elección más documentada y elemental. Si alguien no la hubiera visto (pondré en duda su existencia para mayor tranquilidad espiritual), pues bien, ese alguien sería el ser más desdichado de la humanidad, porque no hay desdicha peor que la inconsciente, y no hay película(s) mejor que Regreso al futuro.
   Y no, efectivamente este post no tiene ni puta gracia. Pero tampoco, creo, anda falto de razón.